miércoles, 16 de junio de 2010

COMENTARIO CRÍTICO: EL CLUB DE LA MISERIA


·RESUMEN:
Eltexto habla de los países pobres que poco a poco se desarrollan. Defiende que necesitan la ayuda de otros países para poder desarrollarse del todo y dejar de lado el círculo pobreza-violencia. Los que usan el corazón saben lo que pasa y se preocupan, pero no se ocupan, los que usan el cerebro también lo saben, pero la pobreza no es problema suyo; los países subdesarrollado necesitan a alguien que use a la vez cerebro y corazón. Además, estos países necesitan un cambio de gobierno para poder conseguir el desarrollo.
·OPINIÓN:
Juan Avilés tiene razón: necesitan nuestra ayuda pero somos incapaces de dársela porque bien no sabemos qué hacer o porque creemos que no es problema nuestro. Es verdad, el problema no es nuestro pero, ¿somos capaces de ir por la calle y encontrarnos a una persona herida y dejarla ahí tirada? Pues eso es lo que pasa con los países pobres: ellos son las personas que encontramos en el suelo,casi muertas,viviendo como pueden, esperando nuestra ayuda, mientras nosotros pasamos de largo, como si hubiesemos visto un trozo de cartón.

EL CLUB DE LA MISERIA: QUÉ FALLA EN LOS PAÍSES MÁS POBRES DEL MUNDO


El Tercer Mundo se está reduciendo. Solíamos pensar
que frente a mil millones de habitantes de los países ricos
había cinco mil millones en los países pobres, pero cada
día son más los países del Tercer Mundo que logran
despegar. No vemos ya a China como un país hundido en la
miseria, sino como una economía emergente que mantiene
tasas de crecimiento espectaculares, lo que la convierte a
la vez en una tierra de oportunidades para los inversores
extranjeros y en un temible competidor comercial. El otro
gigante asiático, India, está despegando a su vez y lo
mismo puede decirse de muchos otros países, así es que en
conjunto Paul Collier calcula que cuatro mil millones de
personas viven en países que han emprendido el camino del
desarrollo.
Le preocupa en cambio la suerte de los mil millones de
personas restantes, the bottom billion, es decir, los que
viven en países que son muy pobres y que no están
desarrollándose. ¿Es sólo cuestión de tiempo y les veremos
pronto despegar, o están atrapados en la miseria? Ésa es la
cuestión crucial que se plantea Collier, antiguo
investigador en el Banco Mundial y hoy catedrático en
Oxford, que es uno de los grandes expertos mundiales en la
economía de África, el continente en el que se concentran
muchos de los países atrapados en la miseria.
El tema de la pobreza en el Tercer Mundo se presta a
ser examinado tan sólo con el corazón o sólo con la cabeza:
quienes piensan con el corazón se preocupan por el tema,
pero tienden a dilapidar sus esfuerzos en criticar a
Occidente o en abogar por una ayuda que por sí sola nada
puede resolver; mientras que quienes cuando piensan
desconectan el corazón se dan cuenta de que el problema es
complejo y no lo hemos provocado los occidentales, así es
que tienden a concluir que no es misión nuestra resolverlo.
Paul Collier, en cambio, no sólo tiene una mente matemática
y a la vez una pluma ágil, sino que goza de la infrecuente
facultad de utilizar a la vez el corazón y la cabeza.
Siente el imperativo moral de ayudar a quienes están
atrapados en la miseria y cree que para ello el problema
debe ser analizado racionalmente.
Su diagnóstico no es optimista, pues piensa que los
países del club de la miseria han caído en una o varias
trampas de las que no es fácil salir y que por ello están
perdiendo la oportunidad de subirse al tren de la
globalización en el momento adecuado. En concreto centra su
atención en cuatro trampas: la del conflicto violento, la
de la dependencia de los recursos naturales, la de carecer
de salida al mar y estar rodeado de países pobres, y la del
mal gobierno (mala gobernanza dice el original inglés,
utilizando un término al que habrá que acostumbrarse
también en español, aunque los procesadores de texto siguen
subrayándolo como un error).
El problema del conflicto violento es obvio, cualquier
espectador de televisión puede darse cuenta de que la
guerra se ha convertido en una enfermedad que afecta sólo a
los pobres, con lo que surge un círculo vicioso: la
violencia genera pobreza y la pobreza genera violencia. Los
gobernantes de los países más pobres derrochan recursos en
financiar desproporcionada-mente a sus fuerzas armadas, en
parte para tenerlas contentas y evitar golpes de Estado,
mientras que para los jóvenes sin futuro no es mala
solución unirse a un grupo rebelde: siempre habrá alguna
oportunidad de saquear y violar.
En cambio puede parecer paradójico que la abundancia
de recursos naturales represente una trampa, pero Collier
argumenta de manera persuasiva que la dependencia respecto
a los ingresos generados por la exportación de recursos
naturales distorsiona las pautas de inversión y contribuye
a la corrupción política, algo que ocurre tanto en el caso
de los grandes exportadores de petróleo como en el de
algunos miembros del club de la miseria.
En cuanto a la ausencia de salidas al mar, no
perjudica para nada a Suiza, que mantiene un floreciente
comercio con sus muy prósperos vecinos, pero es una
desgracia para Uganda, cuyos vecinos no representan
mercados prometedores ni han desarrollado una red de
transportes que facilite las exportaciones ugandesas al
mercado mundial.
Por último, poco hay que comentar acerca del mal
gobierno: hace más de diez años que el Banco Mundial
compila indicadores de gobernanza, convencido de que la
eficacia administrativa o el imperio de la ley son factores
cruciales para el desarrollo. Se trata además de otro
círculo vicioso, porque el atraso económico favorece la
corrupción administrativa. Cabe recordar que la España de
hace un siglo, con una economía atrasada y dominada por los
caciques, no era precisamente un modelo de gobernanza.
Ante este sombrío panorama, ¿se puede hacer algo?
Collier reconoce que estos países no lo tienen fácil,
porque para abrirse paso en el mercado mundial no tienen
que competir sólo con países muy avanzados tecnológicamente
pero de altos costes laborales, como son los occidentales,
sino con países como China, India y México, que cuentan ya
con una infraestructura económica sólida pero mantienen
todavía costes relativamente bajos. Así es que la ayuda
exterior es importante. Collier aboga por una ayuda
económica bien orientada, por lo que al llegar a este punto
algún lector de derechas quizá piense que ya ha asomado la
oreja del burócrata de la ayuda. Sostiene también que en
ciertos casos una intervención militar extranjera puede ser
necesaria para romper el círculo vicioso del conflicto
interno, momento en que algún lector de izquierdas, ya
escamado por la condición de economista del autor,
concluirá que Collier es decididamente un reaccionario.
Considera además fundamental que se difundan en los países
pobres las leyes y normas del mundo desarrollado y que este
abra sus mercados a las exportaciones de aquellos países.
Sacar de la pobreza a mil millones de personas representa
un gran desafío, pero no es un desafío imposible. En
opinión de Collier eran más difíciles los problemas que la
humanidad superó el siglo pasado: el control de las
enfermedades infecciosas y la salvaguardia de la libertad
frente a los totalitarismos.
JUAN AVILÉS